1.- Mongólico
Un día de 1866 el doctor John Langdon Down publico un estudio titulado “Observaciones para la clasificación Étnica de los Idiotas”, cuyo titulo no deja mucho lugar a dudas sobre su contenido. Era una época donde la gloriosa civilización occidental aun no se avergonzaba de si misma, lejos aun de los dobles sentidos a los que estamos acostumbrados. Entonces las cosas decían literalmente, diciendo lo que se quería decir, sin más vuelta de hoja. Étnico significa raza, cultura, e idiota, significa enfermo mental. En su trabajo el doctor Down se dedico a relacionar los síntomas físicos presentes en algunos de los enfermos mentales que trataba, con los rasgos étnicos de algunos de los pueblos recién clasificados por la antropología de la época. Todo empezó con la observación de que ciertos enfermos en particular tenían rasgos que se correspondían con los de la etnia de los mongoles: cuello corto, aspecto achaparrado, pliegue epicántico en los ojos, lo que lo llevo a elaborar toda una clasificación de enfermedades según los rasgos físicos que podían tener en común con ciertas etnias o razas. Así fue como la palabra mongólico recibió un nuevo significado, que no tardo en entrar en el vocabulario ofensivo de la humanidad. Obviamente este doctor Down es el mismo que da nombre al Síndrome de Down. Fue el primero que lo describió, y el primero que sugirió que los afectados debían recibir atención sanitaria y tratamiento.
Cuando allá en los 90s empezó a ponerse de moda el concepto de “políticamente correcto”, -que no es mas que la forma moderna de decir “lenguaje diplomático” o “como no hablar claro para que nadie se ofenda”-, pase por una época donde se me ocurrió pensar que cambiar buenas y sólidas palabras llenas de significado por eufemismos y acrónimos técnicos no servia para dignificar a nadie, sino que, por el contrario, era mas bien una forma tapar las vergüenzas. Por ejemplo “barrendero” no tiene ningún significado ofensivo si lo sacamos del contexto donde esas labores se dejaban para los analfabetos, idiotas y miserables. Desde el momento que limpiar las calles requiere poseer ciertos conocimientos técnicos los empleados municipales ya no quieren llamarse barrenderos, sino Técnicos de Higiene Urbana o algo así. El argumento es que así se define mejor su labor y su formación. Traducción: «ahora que tengo estudios y he subido en la escala social, me avergüenzo del pasado de mi profesión y no quiero que me señalen con una palabra sucia y vieja» Así los mimos, payasos y bufones a sueldo del municipio van camino de convertirse en Animadores Socioculturales, y los lectores de tebeos ahora leen novelas graficas. Pero la realidad es que hay dos formas de dignificar un termino vergonzante: usándolo con orgullo hasta que deje de ser un insulto, cambiando su significado, limpiando tanto el oficio como la palabra; y dos, el camino fácil: sancionar su uso, dejando de utilizar la palabra y cambiándola por otro termino mas aceptable. Decidí que mí voto estaba con la primera opción. ¿Por qué? Pues básicamente porque la segunda conserva el insulto y la primera no.
Pensando así un día nos cruzamos con un grupo de “discapacitados mentales con Síndrome de Down” y se me ocurrió comentar algo así como que deberíamos seguirlos llamando mongólicos sin problema, porque era lo que siempre habían sido, etc. Ósea, horrible. Obviamente de inmediato fui reprendido y aleccionado de mi ignorante error. Mongólico era un insulto y no se merecían ser llamados así. Ese día aprendí una nueva habilidad social: la autocensura. Lo cierto es que mas tarde descubrí que lo de mongólico tiene connotaciones mucho más siniestras, sin contar las relacionadas con Gengis Khan. No creo que al bigotes que casi conquista Europa le hiciera mucha gracia la comparación, a ver quien tenia entonces los santos bemoles de relacionarlo con los “Idiotas”. Eso solo puede hacerse cuando tienes cañones más grandes que las “razas inferiores”.
Actualmente la palabra mongólico es un insulto de lo mas normalito, mongólico, mongólazo, mongól, todo para señalar a alguien que actúa como un tonto o hace o dice tonterías, en tono incluso jocoso. Claro que si llamamos “mongólico” a un afectado con Síndrome de Down ya nadie se ríe y se convierte en algo realmente grave, que dice más de quien lo usa que de la “victima”, al menos ante el exigente publico. Ya hemos olvidado que durante muchos años la palabra mongólico era la forma normal de referirse a los afectados por este síndrome. Si buscamos por Internet veremos que incluso en algunos diccionarios médicos online es el término que se emplea. Tranquilamente y sin mas connotaciones que las estrictamente medicas o descriptivas. La enfermedad se llamaba así, los médicos veían a alguien nacido con las características del síndrome, iban a lo que habían aprendido y ponían la etiqueta: mongólico, delante de padres, amigos y parientes.
Es evidente que donde el término adquirió sus características peyorativas fue en el mundo exterior, en la calle, no en ese mundo aparte que son los hospitales e instituciones académicas. En una época en la que el hombre blanco racional europeo estaba en la cumbre de la pirámide alimenticia alguien poseedor de cierto retraso mental sumado a unos rasgos físicos especiales y una mayor probabilidad de enfermedad y muerte era un blanco fácil para las burlas y temores irracionales, unidos al consiguiente rechazo y aislamiento social. Aun hoy con todo nuestro avance y bienestar se los sigue señalando como personas especiales, tras recorrer varias capas de eufemismos, mientras se pasa de puntillas por hechos reales como sus necesidades sexuales o que su diagnostico prenatal es uno de los motivos legales de aborto mas frecuentes. De hecho es más que probable que muchos síndromes genéticos de este tipo se extingan antes de que se descubra algún tratamiento eficaz. Lo llamaran curación, y todos nos pondremos medallas.
Cuando en el año 1866 el doctor Down publico su estudio la de Darwin era una teoría reciente y altamente polémica (el “Origen de las Especies” se publico en 1859 y el “Origen del Hombre” no llegaría hasta 1871), científicos, filósofos y políticos de todos los bandos pronto se precipitaron en conclusiones prematuras. De la misma forma que hoy descubren que una partícula viaja mas rápido que la luz y ya se habla de viajar en el tiempo o de lo inútil que es la ciencia, o se descubren los efectos de cierta hormona y ya se la da como justificación de la existencia de la familia nuclear basada en el amor romántico, como si no fuera una cosa que se inventaron los poetas del siglo XIX, seguidos por los higienistas victorianos y sus casas para obreros con un cuarto para los papas, otros para los niños y quizá uno mas para el abuelo. ¿Nunca os habéis preguntado porque los ideales románticos encajan perfectamente con el diseño de nuestros pisos? Pues por la misma razón que se comenzó a meter a los mongólicos en sanatorios mentales: ingeniería social.
El primer efecto notable de las teorías de Darwin no fue arrinconar la superstición y el dogmatismo, cosa que aun no han conseguido, sino dar pie a la creación del concepto actual de racismo. Antes la humanidad se había rechazado, matado y esclavizado mutuamente por motivos culturales, sociales y religiosos, nunca por su físico. La reducción de alguien al nivel de objeto era un efecto colateral de las guerras o de los intereses de una economía esclavista. Mercado que en la primera mitad del siglo XIX, época del romanticismo y la libertad, había alcanzado sus mayores cotas de obscenidad industrial. Lo que suscito reacciones hacia su abolición, que pronto fueron discutidas y contraatacadas, al calor del debate en torno a la Guerra de Secesión Americana. Los teóricos racistas, defensores del sur, ahora podían apoyar sus prejuicios e intereses económicos en una supuesta verdad científica que demostraba que las especies evolucionaban de inferior a superior, y por tanto había razas superiores a otras. Por supuesto eso no es exactamente lo que decía Darwin, ¿pero que más da? Cuando se trata de apoyar un argumento político o una postura ideológica lo que menos importa es la verdad. Así, gracias al avance de la ciencia, por vez primera en la historia se asociaron situaciones culturales y sociales con rasgos biológicos y físicos fácilmente identificables. Dando lugar al racismo científico.
En este ambiente uno podría pensar que el doctor Down era poco más o menos que un precursor de los nazis y sus programas de eugenesia, pues resulta que no. El buen doctor para ser victoriano era un hombre de ideas avanzadas y adelantado a su época, un liberal, es decir, lo que hoy llamaríamos un progre. Entonces ¿como se explica que escribiera una cosa titulada “Observaciones para la clasificación Étnica de los Idiotas”? Su argumento era simple, si un individuo de raza blanca europea que padece cierta enfermedad mental adquiere rasgos físicos propios de otra raza eso equipara la una a la otra, ósea, que no hay razas superiores ni inferiores. Todos poseemos la misma herencia y pertenecemos a la misma raza. Lo que invalidaba las tesis racistas de quienes defendían la esclavitud bajo la idea de que había seres humanos que estaban exentos de derechos porque la biología y la ciencia medica demostraban que eran inferiores, y por tanto necesitaban la tutela de sus amos, para educarlos y elevarlos al nivel de personas a través del trabajo (sic)
El tipo no hizo sino utilizar el limitado conocimiento científico de la época para apoyar una causa justa. Evidentemente aquel ingenuo argumento después fue atrozmente retorcido, dándole la vuelta por completo: aquellos individuos con ciertas características físicas o raciales debían tener retraso mental o algún otro tipo de defecto antisocial, de forma que su eliminación o esterilización depuraría la raza humana de genes defectuosos, mejorándola y elevándola nuevas cotas de progreso. Después de todo los pobres lo estaban pasando mal, condenados a sufrir una enfermedad por capricho de una naturaleza cruel, no se merecían vivir así. De hecho el eufemismo que utilizaban los nazis era justo ese, los que no se merecen vivir. Eufemismo o el más siniestro sentido del humor imaginable.
No hay que creer que esto solo eran cosas de reaccionarios cavernarios y protofascistas victorianos. Este lenguaje y estas ideas eran ciencia avanzada en la misma época que las sufragistas pedían el voto, Marx y Engels desarrollaban sus teorías, o las vanguardias artísticas daban sus primeros pasos. Eran populares y estaban en boca de todo aquel con ideas avanzadas como hoy puede estar un programa de Punset sobre los efectos de las redes sociales. ¿Cuántas bellas ideas que hoy Punset nos cuenta en su programa con una sonrisa flipada y feliz se convertirán en justificación para los horrores de mañana?
Rediseñaremos a los seres humanos, buahahaha
Por suerte para todos la verdadera ciencia no es dogmática, no es una religión, si lo fuera aun se seguirían buscando misterios cabalísticos al papelito que vincule mas arriba, en lugar de verlo como una simple curiosidad obsoleta. La evolución o la relatividad no son dogmas religiosos, son teorías, y como tales pueden ser cuestionadas, completadas o descartadas sin dar lugar a cismas o guerras de religión. Quien piense que la ciencia sostiene verdades absolutas no sabe lo que es la ciencia, la ciencia ofrece buenas aproximaciones a la verdad, las verdades absolutas e incuestionables son materia de la religión. La ciencia siempre se cuestiona a si misma, por tanto no sirve para sostener prejuicios o teorías sin fundamento por mucho tiempo. Después del mazazo de los juicios de Núremberg nadie en sus cabales podía defender en público una tesis racista o eugenésica, aunque creyera en ella a pies juntillas unos pocos años antes. El desarrollo de la genética demostró que el origen del síndrome de Down era un problema en el cromosoma 21, descartando cualquier relación con características étnicas, y de paso demostrando que no existen razas desde el punto de vista biológico, sino que todos somos humanos y que no hay un solo ser humano genéticamente puro. La normalidad, como cualquier ideal, no existe en la realidad.
Así, llegados a la época de la televisión, el marketing y el eufemismo, la época en que se comenzó a pensar que un simple cambio en el lenguaje puede cambiar el mundo y hacer que lo frío se caliente solo, el agua seque y la gravedad empuje las cosas hacia arriba, entonces se corrió rápidamente a sacar lo de mongólico de los manuales de medicina avalados por la OMS. En 1961 un grupo de bienpensantes entre los que se encontraban los descendientes de propio doctor Down propuso el nombre de “Síndrome de Down”, y al final, con el apoyo del represéntate de los pueblos mongoles, que por supuesto no querían verse injustamente relacionados con el retraso mental, el nombre fue cambiado. De esta forma el término mongólico quedo reducido a un simple insulto callejero, incluso jocoso, sin ninguna relación con la realidad. Aunque mientras tanto en algunos de los países más avanzados de la ONU, socialdemócratas como los nórdicos, o los mismos Estados Unidos, se siguiesen practicando esterilizaciones, lobotomías a homosexuales y electro shock.
La pequeña incomodidad es que nadie le puso una pistola en la cabeza a la gente normal, la de la calle, la del sentido común, la que desprecia a intelectuales y científicos, para acabar usando el término mongólico como un insulto. La elevación de los afectados del estatus de carne de manicomio al de protagonista de película de interés social que recibe un Goya por hacer de si mismo aun llevaría unos cuantos años mas. Hasta que al final solo queda una palabra hueca de contenido, dependiendo de a quien se la apliques. A la vez que en países avanzados como Francia el 92% de los diagnósticos prenatales de Síndrome de Down acaba en aborto, y hacer diagnostico prenatal habitualmente es una política animada por la sanidad pública francesa. La más siniestra ironía imaginable.
Hoy “Observaciones para la clasificación Étnica de los Idiotas” podría ser el titulo para un video de Youtube sobre tipos de freaks, o de políticos y banqueros feos, o de fauna masculina y femenina en los diversos cotos de ligoteo. Las clasificaciones de personas son algo habitual en estos tiempos de humor corrosivo. Muchos de los que ríen tales gracias luego no dudarían en pedir la erradicación total de la palabra mongólico, o vocablos con similares connotaciones, como si eso fuera a cambiar de un plumazo la configuración del cerebro que nos hace clasificar a la gente en grupos según su apariencia y opiniones. Perroflautas, la caverna, ninis, amortales, metrosexuales, chonis... La cosa es que la palabra mongólico no va a desaparecer, porque los mongoles, que no mongólicos, siguen existiendo y hablan lenguas mongólicas e idiomas mongólicos.
Como esta existen muchas ideas, conceptos o palabras de las cuales creemos saber todo su significado, y que utilizamos habitualmente para pasarnos de listos. Pero que luego cuando se escarba en ellas se descubren significados olvidados, pasados siniestros u orígenes insospechados, o que simplemente quieren decir algo muy diferente de lo que supones, con los cual te das cuenta que has estado pensando, diciendo y escribiendo estupideces durante toda tu vida. Son los Conceptos Mongólicos, que nos rodean en gran número y actitud amenazante. La historia del doctor Down y la palabra maldita es el mejor ejemplo de su “modus operandi”, que iremos analizando en próximas entregas.
Hasta el próximo Concepto Mongólico.
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